Diario de exploración al territorio del color
Desde el programa de residencias de Fundación Casa Tres Patios, año tras año se convocan a diferentes profesionales que tienen algún interés particular por desarrollar un proceso creativo o investigativo en la ciudad de Medellín. Debido a las condiciones actuales, derivadas de la pandemia por el COVID-19, durante el 2020 y el 2021 estas experiencias se han llevado a cabo de manera remota. Sin embargo, una vez las restricciones fueron permitiendo la reapertura de ciertos lugares de encuentro, nos quisimos aventurar a recibir, de manera presencial en nuestra Casa, a una residente, cuyo viaje fue aplazado desde que se hicieron efectivas las primeras medidas de confinamiento.
Así, a principios de abril llegó desde Argentina, Maia Gattás Vargas, quien fue la becaria del acuerdo entre la Bienal de Arte Joven de Buenos Aires y la Fundación Casa Tres Patios. Maia es Licenciada en Ciencias de la Comunicación, profesora media y terciaria en la Universidad de Buenos Aires. Está finalizando el Doctorado en Arte Contemporáneo Latinoamericano en la Universidad Nacional de La Plata, y ejerce como docente adscrita en la Universidad Nacional de Río Negro.
Unas calles y una casa
Maia arribó en Medellín cuando en la ciudad las noticias anunciaban de nuevo los toques de queda y las limitaciones a las salidas por un nuevo pico del Covid 19, que tenía en jaque a los hospitales locales, por eso, desde un principio, como experiencia artística e individual, esta residencia fue un reto para Maia para quien fue como:
“Un retiro espiritual, un poco por la soledad y otro poco por la pandemia y que al pintar esto, estoy ejercitando, mi voluntad y mi paciencia”
Estos sentires quedaron plasmados en el diario que Maia inició desde que comenzó a habitar la casa de Prado Centro, donde está la sede de nuestra Fundación y, de hecho, ese diario fue la columna vertebral de su trabajo artísticos, pues el proyecto que realizó durante su estadía se tituló Diario de exploración al territorio del color, el cual inicialmente tuvo como objetivo establecer una visión comparada de cómo las ciencias entienden a la naturaleza desde una perspectiva decolonial y que, al ser un proceso de experimentación, fue modificándose a medida que transcurría el tiempo y que se iban estableciendo diálogos con profesionales de diversas disciplinas: antropólogos, biólogos, artistas, guías forestales, geólogos, entre otros.
Cada uno de ellos pertenecían a distintas organizaciones de la ciudad, como la Universidad Nacional, el Jardín Botánico, la Universidad de Antioquia, el Parque Explora, el Parque Arví y algunas galerías o lugares de creación artística, que Maia visitó cuando las restricciones locales lo permitían.
El espacio que hizo parte esencial del trabajo de Maia fue la Casa, especialmente CuBO.X, cuya vidriera (la cual da hacia la calle) fue intervenida por la artista en varias ocasiones. Este fue su lugar de exposición esporádico, en el que los y las transeúntes curiosas se asomaban para tratar de vislumbrar lo que significaban esos colores que se colgaban en las paredes, en ocasiones acompañados de mensajes cortos, que eran sus descubrimientos parciales.
"Ayer escribí dentro del círculo de acuarela: “El verde es una frontera”. Tuve que escribirlo al revés para que se lea bien desde la calle. Esta frase sale un poco de la entrevista realizada a Catalina y que hablaba sobre como le gustaba el verde por estar “entre” (entre el amarillo y al azul)”.
Sin embargo, las calles también hicieron parte de la estadía de Maia quien, además, fue testigo de cómo estas se convertían en plataformas para el activismo, en espacios para reclamar los derechos de la ciudadanía, para luchar en contra de las injusticias y escenarios de crímenes violentos y escenas dolorosas que ingresaron al diario de Maia, a modo de cuestionamientos y reflexiones: “Hay algo de ese imaginario social dando vueltas, me vuelve a la memoria el cartel que vi en la marcha en Bogotá: ‘Colombia es una fosa común con lindos paisajes’.
"Colombia es violencia, probablemente la humanidad/animalidad misma lo sea. También es un país en proceso de pacificación".
Las calles de Medellín propiciaron también los encuentros que derivaron en las conversaciones con las que Maia logró recopilar testimonios en torno a las preguntas: “¿Cómo es la utilización del color en tu disciplina de trabajo? y ¿Cuál es tu color favorito y por qué crees que lo es?” Con estos interrogantes como nortes, sus interlocutores solían relacionar sus respuestas con los colores que frecuentemente aparecían en la cotidianidad de sus quehaceres. Es así como empezaron a emerger diálogos cromáticos en torno al rojo, el amarillo, el verde, el azul entre otros, los cuales iban siendo registrados diariamente en su Diario de exploración al territorio del color:
“Cuando le pregunté por su color preferido me dijo algo muy lindo y afectivo del color rojo; recordaba con cariño una camisa que le hizo su madre. Filmé sus cuadernos de campo, con esos dibujos y los diarios, hablamos un poco de escribir un diario de campo y de su método de trabajo”.
La observación y las conversaciones como insumo, fueron direccionando la residencia de Maia hacia conclusiones propias sobre el color. Estos puntos de llegada también los iba compartiendo con el público externo a través de la vidriera. Es así como al caminar por Prado Centro se podía leer, por ejemplo, esa frase potente que puede ser afirmación e interrogante para quienes la vean: “El verde es una frontera”.
Con esta recopilación de relatos y acontecimientos, Maia fue elaborando, además, dos producciones audiovisuales, con las que buscaba “construir un relato coral donde se mezclan las voces y no se distinga quién habla, quién es artista y quién científico”, pues así como los colores se mezclan para crear uno distinto, la residente buscaba hacer menos evidentes las barreras, en ocasiones disciplinares, que configuraban las expresiones de sus interlocutores.
Para Maia, como extranjera, Medellín no fue ajena a su pregunta por el color: “Si tuviera que decir de qué color es Medellín para mi sería naranja, por los ladrillos de la mayoría de sus construcciones (de los diferentes estratos) y verde, por la vegetación que crece indómita por doquier”.
El color fue el punto de encuentro y la excusa para jugar con los límites entre ciencia y arte; su lugar de llegada, al menos durante su estadía en C3P, fue una producción entre ficción y documental que reunía las transformaciones cromáticas de su espacio de trabajo esporádico, así como el recuento de voces, experiencias y lugares que logró captar con su cámara durante los recorridos fuera y dentro de Casa Tres Patios.
Por último, Maia logró establecer conexiones y explorar la ciudad a través de su lente. En sus recorridos, descubrió una Medellín cromática que se pinta de diferentes colores, según quien la vea. A través del vidrio del CuBO.X pudo intervenir la vista desde adentro y desde afuera, con papeles traslúcidos de colores que llamaban la atención y alteraban la cotidianidad del barrio a través de la vista. Su intervención, más que una muestra, fue una experiencia que se iba direccionando a sí misma en una marcha que, aún después de irse, tiene el potencial de seguir buscando cursos con los cuales mezclarse.