Educar para la incertidumbre
El sentimiento dominante en nuestra época es lo que los alemanes llaman "Unsicherheit", un término que encapsula una complejidad tan grande que refleja el estado actual del mundo y las múltiples amenazas que enfrentamos a diario y para la cual se necesita tres palabras para traducirlo: incertidumbre, inseguridad y vulnerabilidad, como lo plantea Zygmunt Bauman.
Ahora, para entender esto hay que aclarar que la incertidumbre está estrechamente relacionada con: la confianza en las instituciones (ya sean gubernamentales, educativas o económicas), la cual se ha erosionado, como es el caso de países como Colombia según dan cuenta las diferentes encuestas sobre cultura ciudadana; la evaluación de riesgos que se hace cada vez más difícil en un entorno inestable; y el cumplimiento de expectativas que ante la vertiginosidad de los cambios se vuelve una tarea monumental. Todo este entorno tan incierto genera un estado de constante alerta y ansiedad, impidiendo que podamos planear a largo plazo.
Por otro lado está la inseguridad que tiene que ver con el lugar social de cada persona y a sus conexiones con otros individuos, ya sean amigos, colegas o conocidos. Hoy en día estas conexiones que tradicionalmente representaban una fuente de apoyo y estabilidad, ahora pueden romperse fácilmente, generando un estado de inquietud y dejando en evidencia la fragilidad de los compromisos lo que nos genera una constante preocupación frente al papel que tenemos dentro de una sociedad.
Por último, nos desborda el temor a perder la seguridad física y material porque las información que recibimos del exterior da cuenta de nuestra extrema fragilidad y de cómo, en cualquier momento, el entorno que habitamos se puede desmoronar. En otras palabras, todo aquello que parece que fue sólido alguna vez para algunas generaciones, ya no lo es y esto alimenta una constante sensación de precariedad.
Sin embargo, en medio de este panorama desalentador, la incertidumbre puede ser una poderosa ventaja, pues nos impulsa a explorar lo desconocido, a buscar nuevas respuestas y a adaptarnos a los cambios constantes.
Entonces, lejos de paralizarnos, la incertidumbre nos reta a aprender a caminar sobre el abismo, a balancearnos sobre una cuerda tendida, como lo expresa el filósofo Damián Pachón, ya que nos invita a estar siempre atentos al presente, a sus retos y desajustes, y a ser más abiertos y reflexivos.
Ahora bien, vale la pena aclarar que lo que caracteriza a nuestro momento sociohistórico no es tanto el cambio en sí, que ha existido siempre, sino la vertiginosidad con la que este se vive y sus repercusiones. Y en esto tiene mucho que ver la simultaneidad de vivencias e imágenes que nos llegan a través de las múltiples pantallas abiertas en el ciberespacio que, no por el hecho de que se hable de cantidad, estos estímulos constantes no siempre permiten significar y resignificar la vida. De ahí que sea importante crear espacios para la reflexión y el diálogo que permita resignificar las experiencias en un contexto colectivo y concentrarnos en el aprendizaje de herramientas que puedan ayudarnos a sortear dicho vértigo.
¿Qué puede hacer la educación en este panorama?
Nos hemos educado aceptablemente bien en un sistema de certezas, pero nuestra educación para la incertidumbre es deficiente; incluso desde distintos ámbitos se nos invita a planear "proyectos de vida", pero no se nos advierte que el resultado no es necesariamente un curso vital único y coherente ni una programación de la vida de manera lineal sin ningún cambio. Así, como hoy habitamos un mundo complejo, es fundamental que los entornos educativos se centren en formar personas capaces de navegar un mundo complejo y en constante cambio, en lugar de simplemente seguir un camino predeterminado.
"Navegamos en un océano de incertidumbres en el que hay algunos archipiélagos de certezas". Edgar Morin.
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