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Lo que se viene

El arte como agente de cambio


El arte como práctica social se fundamenta en la creencia de que el arte y los artistas no solo tienen la capacidad, sino también la responsabilidad, de provocar cambios o influir en el mundo de alguna manera, es decir, no se trata simplemente de crear una obra basada únicamente en sus cualidades estéticas formales o dirigida a una audiencia reducida dentro del mundo del arte, sino de involucrar en el proceso de creación artística a los miembros de una comunidad, por lo cual la obra de arte no suele ser una expresión de la visión creativa singular de una persona, sino el resultado de un proceso relacional y colaborativo.



Por lo tanto, este enfoque implica que el proceso de creación es una parte central del "producto" artístico, en donde los artistas o las organizaciones que involucran el pensamiento y las prácticas artísticas de manera transversal, trabajan junto a las comunidades, utilizando formas y materiales que van más allá de los empleados en el arte tradicional y, a menudo, desarrollándose fuera de los entornos y formatos de presentación convencionales; por ejemplo, el repertorio de herramientas en esta práctica incluye el diálogo, la organización comunitaria, la facilitación y la creación participativa de medios, entre otros métodos que van allá del dominio de la teoría del color o de la perspectiva, lo cual puede resultar en una expansión del lenguaje artístico.


Además, el trabajo en el campo del arte puede abordar una amplia variedad de temas, desde cuestiones sociales y políticas hasta económicas, aunque, vale la pena aclarar que esto no es absolutamente necesario porque la expresión cultural en sí misma puede ser un acto político, especialmente para grupos cuyas oportunidades de voz creativa han sido limitadas por la pobreza o la opresión.


Ahora, para muchos el término "arte como práctica social" puede tener connotaciones negativas, pues algunos lo asocian con artistas que entran en una comunidad, revuelven las cosas y se van sin considerar las consecuencias, es decir, abordan a las personas, sus saberes y haceres, desde una mirada extractivista. Para otros, este enfoque diluye la calidad estética y técnica de las obras, resultando en producciones que califican de “mediocres”. 


Sin embargo, ver el arte como una herramienta es una manera de canalizar la creatividad hacia la resolución de problemas y la promoción de la justicia social y entender que este puede servir no sólo para decorar o entretener. 

Con lo anterior, se puede decir que lo que se puede considerar como la instrumentalización del arte, no debe ser visto como una limitación, sino como una expansión de su impacto y relevancia, en donde la libertad artística no debe entenderse únicamente como la creación de obras estéticamente puras, sino también como la capacidad de elegir cómo y para qué se utiliza el arte, en donde se valore tanto la expresión individual como el bienestar colectivo; y esto implica que quienes quieren apostarle a este enfoque, requieren no sólo habilidades artísticas sino también sociales.


Esto último es fundamental porque trabajar con comunidades desde el arte implica una responsabilidad ética profunda y esto implica entender y respetar diferentes perspectivas culturales, trabajar para superar prejuicios, valorar distintas formas de saber y experiencias, y practicar una escucha respetuosa y con humildad. Ser conscientes de la responsabilidad que conlleva el trabajo con un colectivo es clave ya que algunos artistas, muchas veces ajenos a las comunidades con las que quieren trabajar, pueden imponer sus propias perspectivas y agendas sin una comprensión profunda de las realidades y necesidades locales y de eso no se trata el arte socialmente comprometido, sino de practicar un intercambio genuino y compartir en todas las etapas del proceso, desde la generación de ideas hasta las elecciones estéticas y la implementación; del mismo modo, se debe tener presente el compensar y reconocer adecuadamente a los miembros de la comunidad como cocreadores.


En este proceso la investigación honesta y la escucha profunda son esenciales así como poder proteger y apoyar a los involucrados, especialmente cuando se abordan temas sensibles porque el arte socialmente comprometido tiene el poder de visibilizar injusticias, cuestionar el status quo y proponer alternativas, utilizando la creatividad como una fuerza para el bien común y esto, desde algunos sectores, puede ser visto con recelo. Es por esto que cuando los artistas provienen de contextos más privilegiados deben tener cuidado de no socavar la agencia de las comunidades, para no reforzar estructuras de poder desiguales en lugar de desmantelarlas. 


Así, el arte como herramienta para el cambio consiste en una práctica que integra la colaboración, la ética y el compromiso social para crear un impacto real en las comunidades, pues al expandir su alcance más allá de lo estético, el arte tiene el potencial de convertirse en una fuerza poderosa para la transformación social.

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