Historias transformadoras: Crear sin fronteras
En este relato presentamos un personaje con mucha tenacidad, liderazgo y bondad. Se trata de Martha Lucía Medina, directora del colectivo de la Comuna 13, Culturizzarte y quien participa con Casa Tres Patios, del proyecto Crear sin fronteras, el cual hacer parte del Programa de Alianzas para la Reconciliación de ACDI VOCA, que es posible gracias a la Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID) en alianza con la Universidad EAFIT y de Edimburgo, y el colectivo Mr. Klaje.
La vida da muchas vueltas
Si hay alguien para quien definitivamente no existen las fronteras o que se resiste a poner límites en los territorios o en los sueños es Martha Lucía Medina. Tiene 39 años y aunque su corazón está en Medellín, esta lideresa de la comuna 13 es originaria de Bucaramanga.
Llegó la capital antioqueña con Maurizio Cortés, su compañero. Él es un artista y gestor cultural originario de Antioquia pero quien fue desplazado desde los 5 años. Después de varios intentos por regresar a la ciudad, los dos, juntos, lograron por fin llegar en el año 2008 a Medellín y en 2010 pudieron estabilizarse para dedicarse a lo que más querían: hacer servicio social a través del arte.
Maurizio había encontrado en las prácticas artísticas una forma de salvarse y Martha, en el servicio social, la posibilidad de hacer lo que otros hicieron por ella: ayudarla después de quedar huérfana y abrirle posibilidades para que estudiara, pues antes de llegar a Medellín, logró formarse en la Universidad Industrial de Santander (UIS) como gestora empresarial. Este contexto y el hecho de haber sido padres jóvenes -en el 2000 tuvieron a Kevin- les despertó la conciencia de hacer cosas por otros.
“A los dos nos atravesaba esa vena social”, dice Martha quien es más conocida como Malú.
“Generamos un refugio de paso. No nos quejamos, sino que creamos una red y empezamos a hacer conexiones para enrutarlos y ayudarles”, cuenta Martha quien no sabe decir no. Ella se echaba la bendición y confiaba en las personas que se alojaba en su casa; para ella lo más duro no era recibirlos sino escuchar los testimonios de esos migrantes sobre las maneras en cómo se las habían arreglado para llegar hasta Medellín y sobre la difícil situación en el vecino país. Lo demás, como las costumbres y cultura no era tan difícil de manejar para ella pues tiene familia venezolana y comprende que, en muchos casos, la mayoría venían de una línea de asistencialismo muy fuerte y que no era sencillo adaptarse aquí a otros valores y formas de vida.
Lo que hacían Maurizio y Martha, aparte de hospedar a las personas, era establecer puentes con organizaciones gubernamentales y no gubernamentales que les dieran una guía para solucionar sus necesidades más urgentes. También procuraban recomendarlos para trabajos informarles, “pero yo era una veedora de que los trataran justamente” y, con aquellos que hacían arte, les prestaban los implementos de la casa para que pudieran tener condiciones mínimas para llevar a cabo su práctica y hacer conexiones. Además, buscaban cómo darles capacitación: hacían talleres para aprender a preparar postres e incluso a hacer correas; la idea era que los venezolanos ejercieran oficios que los ayudaran a salir adelante, así fuera desde la informalidad porque, Martha lo sabe, la documentación es uno de los grandes problemas que tienen los migrantes.
En la Comuna 13, Culturrizarte fue la primera organización que se tomó esto en serio el trabajo de apoyar a los venezolanos y quienes les abrieron las puertas, luego tras organizaciones se sumaron para hacer frente a lo que ella llama una crisis histórica para una ciudad a la que llegaban los venezolanos porque, según se decía entre ellos, el paisa era más cálido que en otros lugares de país, como Bogotá.
Culturrizarte fue la primera organización en la Comuna 13 que se tomó esto en serio el trabajo de apoyar a los venezolanos
Un día, por ejemplo, según cuenta, estaban celebrando la Navidad del barrio. Malú y otros líderes habían preparado comida para recibir a 180 personas que llegarían al evento a la 1:00 de la tarde. Eran apenas las 8:00 de la mañana y tuvieron que cerrar las puertas porque ya habían llegado 235 personas, entre ellas, más de 100 venezolanos que decían: “Yo no quiero que me den regalos sino algo de comer”. Y como, de nuevo, Malú no sabe decir que no, llamó a todos sus contactos y de alguna manera se las arreglaron para atender a esa cantidad de gente. “Dios nos multiplicó lo que teníamos, y logramos cumplir la meta; no se fue nadie sin comer y a todos los niños les dimos regalito de navidad”, cuenta.
Por este trabajo desbordado y por otra situación más dura, Malú tuvo que parar. “En el voz a voz empezaron a llamarnos y a mí me tocaba aclarar que yo no contaba con infraestructura ni el respaldo de una institución para decirle a familias enteras que aquí había posibilidades”, dice, pero lo más difícil fue lo que se vino en los años siguientes, especialmente en 2018.
“¿Quiénes éramos nosotros para decir no?”
“Nosotros éramos como los mediadores. Fuimos un punto de refugio, esta situación era nueva para nosotros, pero el amor por las personas estaba ahí y nos esforzarnos para acogerlos”, cuenta Martha quien además dice que, aunque no lo tiene sistematizado, entre 2016 y 2017 por su casa pasaron 190 venezolanos a quienes les brindaron un apoyo; dentro de ese número se encontraban 20 familias y, el resto, eran personas solas, incluso menores de edad a quienes trataban de enrutar con el ICBF pero que no se acogían a esta institución porque necesitaban trabajar para ayudar a sus familias que se habían quedado en Venezuela.
Y a pesar de que Malú tenía toda la convicción y la vocación para servir, no fue fácil. Los años más complicados, según dice, fueron 2017 y 2018 porque la situación se puso muy aguda a nivel más cercano. No solo era la compleja crisis migratoria que se estaba viviendo, sino que “Colombia, la 13 y Medellín seguían siendo lo que eran”, es decir, territorios con sus propios conflictos y violencias. La política que estaba implementado el gobernante de la época en la ciudad generó muchas complicaciones en las dinámicas del territorio. Los combos estaban en su furor y fueron asesinadas varios de los jóvenes que pertenecían a Culturizzarte y algunos de los venezolanos que ella había apoyado.
Por eso, ella misma se enfrentó a los grupos delincuenciales de la zona, diciéndoles que no se metieran con su gente, con las personas que estaban allí para aprender y que ella estaba apoyando. “Ellos estaban muy molestos porque a al sector llegaba mucha gente desconocida y yo los acogía en mi casa” y esa molestia fue incrementando hasta que ella y su familia se tuvieron que ir, salieron desplazados de la comuna porque, aunque le dio muy duro, entendió lo que sus amigos le decían: que hacer silencio y apartarse también son formas de resistir y que nadie sacaría nada si ella estuviera muerta. Para Malú irse fue un dolor tremendo, sobre todo porque no quería dejar ‘botada’ la labor que ya había iniciado, así que desde un bajo perfil, casi que clandestinamente, seguía apoyando a las personas que lo necesitaban porque muchos, como ella, también tuvieron que irse de la comuna e incluso de la ciudad.
Lo más difícil para Martha era ver cómo muchos de los que tuvieron que huir de Venezuela, aquí tenían que repetir la misma historia. La agudización del conflicto interno y la difícil situación de los venezolanos había tenido varias consecuencias. Una, que muchos migrantes se involucraran con grupos criminales y que hayan recurrido a la delincuencia para salir adelante y otra, que dentro de la comuna empezó a generarse mucha xenofobia y empezaron a perseguirlos.
Según cuenta, ella no tuvo ninguna mala experiencia con las casi 200 personas que acogió para los cuales solo tenía dos requisitos o condiciones para recibirlos. El primero es que fueran lo más honestos posibles, que no abusaran de la generosidad porque “una camisa no se pone una sola vez y hay muchos que vienen detrás”; el segundo, es que si la vida los premiaba con un trabajo y sus condiciones mejoraban, les pedía el favor que recordaran lo que habían hecho por ellos y cuando llegara otra persona venezolana, la apoyaran. Y ella misma está dispuesta a volver a ayudar a quien lo necesite.
“Era complejo seguir sirviendo cuando por dentro el corazón estaba fragmentado”. Pero aun así, Martha no desistió. A mediados de 2019 logró regresar a la comuna aunque siguió desarrollando su trabajo con un bajo perfil, mientras se terminaban de calmar las cosas. Para 2020 con la pandemia y otras situaciones, Culturizzarte empezó despacio a encender motores para volver al trabajo comunitario.
En 2021 recibieron con los brazos abiertos el proyecto Crear sin fronteras* que, como lo dice Martha, ha sido “un salvavidas, una gran oportunidad para hacer escuela; Culturizzarte está tratando de levantarse y esto es un auxilio”.
Ella siente que a través de esta iniciativa que surge con el apoyo del Programa de Alianzas para la Reconciliación (PAR) de USAID y ACDI VOCA, los colectivos pueden prepararse para saber enfrentar mejor situaciones tan complejas como la recepción de migrantes. “Así uno tenga alma y corazón, sí se requiere una preparación”, Martha, a través de la Corporación Talentos Culturizzarte, quiere ser un lugar para ofrecer soluciones y donde la gente encuentre aliados, pero sabe que necesita estar mejor preparada, como se lo mostró la experiencia.
Malú espera poder seguir adelante y transformando personas a través del arte y la formación en el territorio, por ahora puede decir sobre Crear sin fronteras que los talleres han sido muy asertivos: “me gusta esa pedagogía que están usando, lo multisensorial, la virtualidad es algo aburrido pero lo han abordado desde el ser para el hacer, desde lo humano y eso es muy bueno”.
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