Las paredes tienen el color indefinido de aquellos objetos que han pasado mucho tiempo bajo el agua y a la intemperie, la pintura se cae o se protege con una capa de negra impermeable porque en Chocó no deja de llover, es la segunda región de mayor pluviosidad del planeta.
Chocó es un departamento estratégico, es el único de Colombia con costas en los dos océanos Pacífico y Atlántico; además, limita con Panamá. Estos datos no son ni mucho menos irrelevantes, sobre todo quizás para entender porque por allá no escampa, y no se trata solo de toda el agua que rodea a este territorio, sino de la constante lluvia de balas que estremece a sus habitantes y los hace temblar, a pesar de que la temperatura no baje de los 28°, pues precisamente esa ubicación ha hecho que el territorio sea utilizado como corredor del narcotráfico, en el que grupos armados organizados y delincuenciales se disputan.
Quizás sea esa misma temperatura la que hace que los habitantes de Quibdó no se dejen ganar tampoco por la lluvia que, a veces, quisiera cubrirles el rostro de tanta tristeza que han cargado en su historia. En la capital se escuchan las chirimías y los bafles que, desde más de un negocio, tapan el silencio en el que se esconde el miedo y cualquier ruido de las agresiones; y es que el solo hecho de salir a la calle, de entonar un canto o bailar hasta en las discotecas parece un acto de resistencia en un lugar donde, sin ser muy explícito, se vive en toque de queda. Solo en el principio de este año, al menos 60.000 personas estuvieron confinadas en la zona rural aledaña, como lo informó la Gobernación y otras entidades..
Y no es secreto lo que pasa en Chocó porque las balas hacen mucho ruido y también porque hay voces que han tratado de denunciar estas problemáticas. Desde que Monseñor Juan Carlos Barreto llegó a la población, hace más de siete años, ha advertido el avance del Clan del Golfo, las alianzas de grupos al margen de la ley con integrantes de la Fuerza Pública y los hostigamientos del ELN. A esta voz se le han sumado la de los colectivos y grupos culturales de la capital quienes, por ejemplo, dejaron sentir especialmente sus gritos en el Paro Nacional de 2021, en donde organizaciones de artistas jóvenes, sindicatos, docentes, profesionales de la salud y estudiantes se movilizaron.
Y razones no les han faltado para alzar la voz: Quibdó tiene una tasa de homicidios cinco veces mayor a la de toda Colombia, es la segunda capital del país con más desempleo y gran parte de la población no tiene acceso a servicios públicos básicos: hay cortes de energía constantes y mucha del agua que usan los habitantes de la capital proviene de los tanques que tienen en sus casas, en los cuales recogen agua lluvia, como lo cuenta Manuel Beltrán, vicerrector académico de la Fundación Universitaria Claretiana.
Lo anterior es una de las muestras de la escasa presencia de las instituciones del Estado, lo que facilita el auge de los movimientos clandestinos. En las primeras semanas de 2022 ya habían sido asesinados catorce jóvenes Quibdó. Estas cifras que no son el foco de los medios de comunicación, sí son el pan de cada día de los habitantes de este territorio que viven entre barreras invisibles, robos, reclutamiento y extorsión.
Los jóvenes son quizás quienes más lo saben, porque ellos han sido la mayoría de las víctimas y los que están más expuestos como lo han reportado varias organizaciones civiles y gubernamentales: casi el 60% de las víctimas en los últimos años son menores de 30. Sin embargo, son también ellos los que sueñan, resisten y crean, desde el arte y la cultura y desde las ideas que buscan pensarse el territorio a partir de las problemáticas que ellos identifican, para así proponer soluciones que se traduzcan en acciones específicas y concretas.
Desde otros sectores se ha llamado la atención sobre lo que está pasando con el conflicto armado en el Chocó, especialmente, en su afectación a niños y jóvenes. Así, surge la iniciativa ExpoRenacientes, por parte de la Casa de la Verdad de Quibdó, que se enmarca en las Estrategias de Arte y de Diálogo Social de la Comisión de la Verdad. Allí se evidencia claramente el riesgo al que están expuestos los habitantes de este departamento y en la ciudad, ya que, incluso, cuando van por la calle y les preguntan de qué barrio son, prefieren no responder, decir mentiras o pretender que olvidaron el nombre. Las fronteras no son tan invisibles, ellos saben también a qué hora entrar y en qué momento es impensable salir.
Para Anny Orejuela, estudiante de Psicología y habitante de Quibdó, el miedo es latente y cuando ve el peligro, de manera tan clara, al recorrer la exposición, se le pone la piel de gallina porque piensa en ella, pero también en su hermano que está joven y quiere salir, pero que cuando lo hace su mamá se queda toda la noche en vela y en vilo, esperando que cuando toquen la puerta sea él y no el emisario de una noticia trágica.
Pero quizás no todo es triste, las comunidades del Pacífico tienen muchas maneras de resistencia, algunas de ellas ancladas a sus tradiciones, las cuales también aparecen representadas en la exposición, porque hablar del Chocó y de sus problemáticas es también reconocer sus riquezas y los conocimientos que han dotado de fuerza a sus habitantes, como el caso de las plantas.
Para Karen Palacios, estudiante de Pedagogía Infantil y habitante de Quibdó, es clave tener presente estos aprendizajes que se han trasmitido de generación en generación, por eso cuando mira las plantas recuerda también que no se trata solo de la naturaleza sino de lo que la cultura ha construido alrededor de ella, resignificándola. Por eso, menciona la fuerza de los secretos, que son producto de cómo conversa en el Chocó el mundo mágico, espiritual y material y que genera los rituales que permiten curar, cuidar o, incluso, en algunos casos, tener efectos malignos.
Y las plantas están presentes en cada situación, no solo porque el verde trepa por las paredes y no permite olvidar la selva que, con solo mirar desde el malecón del río Atrato, ya se intuye todo su poder. También porque desde el atardecer del viernes la música empieza a subir el volumen y algunos habitantes de Chocó ya levantan una copa con viche para brindar, un viche curado con distintas plantas seleccionadas para un fin: para quitar los fríos, para aliviar los dolores del parto, para aromatizar la bebida o para alguna necesidad puntual que haya manifestado una persona a los sabedores de la comunidad.
“Chocó, tú no tienes por qué estar sufriendo así”
“¡Óyeme Chocó, oye por favor, súmate conmigo a la transformación!”, son las palabras que se oyen en el aire, las que exclaman con ritmo los jóvenes que hacen parte de 4 Esquinas. Ellos, desde Quibdó, han podido nombrar y reconocer las problemáticas que afectan a los habitantes de su departamento, pero también han sabido entender su rol y poner sus capacidades para idear acciones de cambio.
Para ellos el silencio no es una opción, por eso, quieren involucrar a la comunidad: niñas, niños, jóvenes, mujeres y hombres, en el cambio y, para esto, sueñan con crear una organización que pueda abordar las dificultades de las familias chocoanas en cuanto a las oportunidades económicas, la violencia de género y el fortalecimiento de las familias, a través de la psicología, la pedagogía infantil, el trabajo social y las comunicaciones. Estas formas de abordar las dificultades del núcleo de la sociedad en Quibdó provienen de las capacidades de los jóvenes quienes quieren poner al servicio de las comunidades los conocimientos adquiridos durante sus procesos formativos y sus talentos.
Sin embargo, el proceso no es fácil. La lucha por la supervivencia es la prioridad para estos jóvenes quienes, desde temprana edad, deben hacerse cargo de sus familias o colaborar con el sustento económico por lo que, en muchos casos como ellos mismo lo expresan, deben aplazar sus sueños e ir en contra de la marea para poder cumplirlos, como es el hecho de acceder a una carrera universitaria.
Una problemática pluridimensional
Son las 6:00 p.m., el sol se esconde detrás del Atrato y las calles adquieren un matiz dorado que hace ver la realidad con esperanza, la misma que acompaña a Anny, Wilher, Karen y Pola quienes, a pesar de tantas dificultades, van llegando -a pesar del cansancio- a pensar y concretar su sueño, porque no tienen pensado abandonar su territorio, sino luchar primero pues al mirar el río ven a Oshún, la reina las aguas dulces del mundo, su protectora.
Todavía falta Javier por llegar al encuentro en la Casa de las Juventudes donde planearán su proyecto: 4 Esquinas. La razón es simple: tiene que trabajar por sus cuatro hijos y conseguir lo necesario para poder, también, seguir en la universidad en donde está estudiando Trabajo Social. De sus palabras y su experiencia se escucha dos de las problemáticas del departamento: la inseguridad económica y los embarazos adolescentes.
Muchos jóvenes entre los 15 y 19 años han estado alguna vez en embarazo, incluso más de una vez. Esto hace que las condiciones en las que estos jóvenes y sus hijos viven sean aún más precarias y que se favorezcan los círculos de pobreza pues, como lo han mostrado informes del Ministerio de Salud Nacional, esta situación se da en ausencia de redes de apoyo que dificultan las oportunidades de desarrollo personal, limitan el acceso a oportunidades económicas y sociales e inciden en el debilitamiento de las familias.
Las problemáticas alrededor del círculo familiar en Quibdó y las vulnerabilidades a las están expuestas, especialmente, mujeres y niños, es una de las principales motivaciones para el proyecto de 4 Esquinas, cuatro frentes que son: Oshún, Yemayá, Changó y Eleguá. Desde las primeras dos se sueña brindar acompañamiento a madres gestantes y mujeres cabezas de familia para la búsqueda de oportunidades desde el emprendimiento, para su salud emocional y recibir información clara sobre sus procesos como madres, en un entorno protector que las lleve a confiar y a consolidar sus redes de apoyo.
El concepto de entorno protector también es clave en Chocó, por lo cual dichos jóvenes buscan, desde su propuesta, ofrecer talleres, conversaciones y acompañamiento para que también los niños y jóvenes puedan encontrar lugares seguros para desarrollarse, pudiendo conocer otras narrativas y no estar tan expuestos a las dinámicas de violencia que se ven en el territorio; por ejemplo, solo en febrero de 2022 por lo menos 57 familias del Chocó denunciaron que el ELN estaría llevándose a los menores e, incluso, yendo hasta las escuelas para reclutarlos.
Anny, Javier, Karen y Pola conversan, cuentan sus experiencias y las de sus vecinos, evidencian las situaciones complejas y a la pregunta de: ¿por qué pasa todo esto?, interviene Wilher para sumarle otra dimensión a la problemática: cómo se ha entendido el papel del hombre en la sociedady, especialmente, en la cultura chocoana. Para él es fundamental hablar, desde su esquina Changó, de nuevas masculinidades porque está convencido de que otras maneras de ser hombre no solo son posibles, sino que son necesarias. Es el concepto tradicional de lo masculino lo que hace que el ideal de muchos sea empuñar un arma o embarazar a una o varias mujeres o no responsabilizarse de sus acciones agresivas que pasan por encima de otros.
Y aunque hablar de lo nuevo, lo contemporáneo, las dinámicas y las luchas que permean el mundo actual, este grupo de jóvenes no busca abandonar los conocimientos ancestrales ni las prácticas tradicionales que han marcado su territorio. Por eso es que cada esquina tiene el nombre de un orisha y por eso es que desde cada una, se tiene pensado ofrecer, como factor diferenciador en la prestación de los servicios que se están soñando, la formación ancestral.
Y es que su identidad está anclada al territorio porque muchos de ellos fueron ombligados en Chocó, muchos están marcados por esa práctica tradicional de las comunidades afro en la que, al nacer, sus familiares toman el cordón umbilical y lo entierran en un árbol, cerca del río o en un algún lugar importante porque al hacerlo se empieza el proceso de pertenencia a un lugar, de crear un sentido de comunidad y un vínculo con la tierra y la vida. Por esto también es que estos jóvenes no se quieren ir.
Así, la resistencia tiene colores, nombres y formas y surge desde la persistencia de estos jóvenes porque ven a su territorio no solo desde las problemáticas, sino también desde las posibilidades que ofrece, ya que el Chocó ha sido descrita y es conocida como uno de los sitios más impactantes y diversos por un lado porque mantiene la única selva lluviosa tropical continua del Pacífico sudamericano y también porque posee un gran número de endemismos en especies de plantas, mariposas y aves, lo que se refleja en que aproximadamente el 25% de las especies que allí habitan no se encuentran en ningún otro lugar del planeta.
Sin embargo, un aspecto fundamental que se oye siempre en las voces de los jóvenes que conforman 4 Esquinas, es el talento humano con todas sus capacidades para encontrar vida en un lugar que todo el tiempo amenaza la supervivencia. Así, la juventud del Chocó se asemeja a la selva, a las plantas que, incluso sobre el cemento que se ha vertido sobre ellas, sigue creciendo, reverdeciendo y embelleciendo un panorama gris y negro.
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