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Soberanía alimentaria: otra cara de la justicia social

  • Foto del escritor: Comunicaciones C3P
    Comunicaciones C3P
  • 29 jul 2021
  • 3 Min. de lectura

A principios de 2021, la organización ambientalista Greenpeace publicó un informe en el que alertaba sobre las principales problemáticas de Colombia en cuanto a alimentación y sostenibilidad. Uno de los asuntos que más señala como grave es la dependencia alimentaria que tenemos con el extranjero, cuando la producción local y campesina del país es de calidad.


Es más, en Colombia se conocen 400 especies de plantas nativas que pueden ser comestibles, por no mencionar que aquí está el 10% de la biodiversidad del mundo. Sin embargo, el país importa más de 12 millones de toneladas de comida anualmente, a pesar de ser una nación con vocación agrícola, esto significa que el 30% de los alimentos que consumimos provienen de otros países.


Por ejemplo, solo en maíz se importan desde Estados Unidos más de 4 millones de toneladas al año, pese a que el país tiene 22 millones de hectáreas para su cultivo. Y cuando alguien se come una bandeja paisa, ¡solo el chicharrón, el chorizo y el aguacate son producidos localmente! Colombia importa arroz de Estados Unidos, Filipinas y Ecuador e incluso casi el 50% de los frijoles que consumimos vienen también de Canadá.


Y si las cifras no son alarmantes por sí solas, es importante mencionar también las consecuencias de esta manera de consumir, pues traer comida de otros países implica el uso masivo de transportes contaminantes que dejan una huella ambiental importante y, por supuesto, se excluye de la cadena de producción y comercialización a los productores locales. Además, como se evidenció con la pandemia, la cadena de suministros puede ser muy frágil si hay una crisis en alguno de los países exportadores.




La solución es apostar a lo local

Otro de los asuntos que más preocupa de la manera actual en la que se conciben los sistemas alimentarios, es que pueden llegar a ser altamente inequitativos. Este 2021, la ONU publicó también un informe sobre el estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo, según el cual el número de personas que padecen desnutrición crónica ha aumentado a unos 720-811 millones.


Estas cifras son preocupantes porque, contrario a lo que muchos podrían creer, cada año aumenta más: se estima que en 2020 alrededor de 118 millones de personas más que en 2019 se enfrentaban al hambre, lo cual por supuesto tuvo otro incremento y fue mucho más visible a partir de la pandemia por Covid- 19.

Lo más paradójico es que aunque la producción campesina, local y comunitaria que puede ayudar a combatir estas problemáticas y que no solo provee un 70% de los alimentos que se destinan a los mercados locales, sino que también genera un 57% del empleo rural, está amenazada por múltiples factores. Además, los pequeños agricultores cada vez están más afectados por la concentración empresarial de tierras, semillas, mercados, recursos naturales y financieros.





En ese sentido, se necesita una transformación hacia la agroecología y la soberanía alimentaria, en donde, además, se tengan en cuenta temas como: la justicia de género, la justicia climática, la justicia económica y social, y, por supuesto, el cuidado de la biodiversidad y de nuestra salud.


Según la FAO, la soberanía alimentaria es el derecho de los pueblos a definir y controlar sus sistemas alimentarios y de producción en lo local y en lo nacional, de forma equitativa y respetuosa con el medio ambiente. Por su parte, la agroecología no se centra no sólo en la producción de alimentos, sino también en la sostenibilidad ecológica del sistema de producción, por lo que promueve la justicia social, nutre la identidad y la cultura, y refuerza la viabilidad económica de las zonas rurales desde la práctica de la agricultura


Esos dos conceptos no son nuevos, la agricultura agroecológica se viene practicando desde siempre por la red alimentaria campesina, la cual se adapta a las necesidades de las personas, a sus costumbres, pero también a los suelos y climas locales. Este sistema tiene muchas ventajas porque no solo mejora la nutrición, sino que reduce la pobreza, no contribuye tanto al cambio climático y enriquece las tierras agrícolas.



En ese sentido, se ha hecho un llamado desde varios frentes a proteger y fomentar la soberanía alimentaria, un asunto que todavía está pendiente en Colombia donde el sistema de producción del campesino es tan frágil y recibe poco apoyo.







 
 
 

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