Un mundo fragmentado
En la actualidad, el hablar de un “nosotros” parece nombrar una realidad que define un problema y no la esencia de lo humano como ser relacional, esto se debe a que hoy en día la privatización extrema, la maximización de la existencia individual y la priorización de las lógicas de la competencia minan la idea de lo colectivo.
La vida común, que remite a las relaciones materiales y simbólicas que se tienen con otros, es cada vez más difícil aunque al mismo tiempo, estamos más interrelacionados y dependemos los unos de los otros, como se evidenció especialmente con la pandemia por Covid- 19. Sin embargo, esta dependencia que nos lleva a estar junto con otros, desde la lógica del neoliberalismo, tiene mucho que ver con la reducción de las relaciones personales a intercambios económicos.
Así, a pesar de que el mundo se haya hecho global, este aparece fragmentado y los conflictos, que no permiten articular lo que nos une, se exacerban. Entonces, aunque el individuo se relacione con otros por la globalización y las posibilidades de la comunicación en la virtualidad, a su vez experimenta condiciones de vida cada vez más frágiles, por lo que adopta una posición de “autoconservación defensiva y atomizada”, como lo plantea la filósofa española Marina Garcés en su libro Un mundo común.
“Vivimos atrapados en un mundo que no se nos ofrece como un cosmos acogedor, sino como una cárcel amenazante. Por eso la tendencia hoy es a construir nichos de seguridad, pero esto alimenta la guerra”, Marina Garcés.
Sálvese quien pueda
La sensación de individualismo creciente viene respaldada desde diferentes discursos en los que se refuerza la idea de que nos bastamos a nosotros mismos y que, por tanto, no hay necesidad de cooperar con otros o de esperar la ayuda de los demás; lo que genera, por consecuencia, la creencia de que hay pocas posibilidades de hacer cambios grandes en el mundo y de que los asuntos que están mal son responsabilidad de cada uno y que cada persona no está haciendo lo suficiente por sí misma. Esto es lo que, en parte, denominó Alasdair MacIntyre como la privatización del bien.
Dicho fenómeno tiene mucho que ver con lo que el sociólogo alemán Hartmut Rosa ha llamado la lógica de la estabilización dinámica, y que hace referencia a la necesidad constante que se tiene hoy del crecimiento, la innovación y la aceleración y que tiene unos rasgos claros que, según él, son los que mejor definen la modernidad en la que vivimos: un proceso de acumulación de capital y de experiencias en el que se sobrepasar distintos límites, es decir, la forma en la que el sujeto se mueve por el mundo sigue está orientada a hacer que cada vez haya más cualidades y cantidades disponibles, accesibles y alcanzables para alcanzar el bienestar, pero ojo, no el social sino el individual.
Sin embargo, esta misma lógica de estabilización dinámica, mediante el crecimiento y la aceleración incesantes, ha arrojado consecuencias que son cada vez más visibles y que no refleja solo en la vida humana sino también en cómo cada vez más el entorno natural está empobrecido, dañado y destruido. En cuanto a las personas, como lo dice el filósofo sur coreano Byung Chul Han, la sociedad neoliberal actual, que se podría denominar también como sociedad del rendimiento, ha llevado a que el sujeto se exija cada vez más: “Nos matamos a realizarnos y a optimizarnos, nos machacamos a base de rendir bien y de dar buena imagen”. El problema de esto es que no se culpa de esta situación al estado de las cosas, a un sistema, sino que cada uno siente que, como el conjunto social pone el imperativo de ser mejores, es la persona la que termina autoexplotándose.
Yo con yo
“El animal le arrebata el látigo al amo y se azota a sí mismo para ser amo, sin saber que eso no es más que una fantasía que se genera cuando en la correa del látigo del amo se ha formado un nuevo nudo”. Kafka.
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